En una antiquísima ciudad, había una vez un hombre que miraba las cosas a través de una lente; pero he aquí que la lente era opaca y todo a sus ojos parecía empañado.
Por aquel tiempo, que fue el tiempo de los magos, acertó a pasar por allí uno de ellos y el hombre, que buscara remedio a su mal, fue tras el mago y le dijo:
-Tengo una lente para ver las cosas: pero mi lente es opaca, y no adquiere así la perceptiva clara de lo que miro.
A lo que el mago le repuso:
-Conozco tu lente. Es una lente milenaria, que a través de mil generaciones te legara un ancestral común de todos los hombres. La llaman Dolor...
-¿Y cómo he de limpiar mi lente?
El mago le dijo:
-Con tu corazón.
Y desde aquel instante vio el hombre, o creyó ver, que en la penumbra de su anteojo filtrábase un hilo de sol.
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